Imagina que tienes una cuerda atada al cuerpo, y a esa cuerda está atado el sol. El sol no deja de perseguirte vayas a donde vayas. Te giras y vez que sigue ahí, esperando a que des otro paso para él dar el siguiente, y te sonríe. En realidad no te cae tan mal, te da calor y es agradable saber que siempre está ahí y que no se irá. Es más, empiezas a cogerle cariño. Te gusta que te sonría, que te de amor y que te diga que nunca te abandonará. Y has llegado a tal punto que ya no te imaginas una vida sin él, sin su calor, su ternura. Imaginas una vida iluminada, feliz, como jamás hubieras podido desear. y te acostumbras a la idea de tenerle siempre.
Pero no siempre le tratas bien, te aprovechas de la situación, a veces le das la espalda un día entero, no le dedicas tu tiempo, no le devuelves la sonrisa, no permites que se acerque o se preocupe por ti. Acostumbrado a tenerle siempre, has dejado de esforzarte.
Pasan los días, los años, el tiempo, y todo sigue igual. Tú y tu sol...
Pero no siempre le tratas bien, te aprovechas de la situación, a veces le das la espalda un día entero, no le dedicas tu tiempo, no le devuelves la sonrisa, no permites que se acerque o se preocupe por ti. Acostumbrado a tenerle siempre, has dejado de esforzarte.
Pasan los días, los años, el tiempo, y todo sigue igual. Tú y tu sol...
Hasta que un día te despiertas y se ha ido.
Y donde un día hubo un sol, ahora hay una nube negra y oscura, que no sonríe, que no da calor. Una nube negra que nos recuerda constantemente los momentos felices que ya no están, y solo podemos esperar que desaparezca, que se vuelvan blancos y finalmente vuelva el cielo azul, y puede que pase pronto, pero nuestro sol no regresará. Solo hay un sol en cada vida, y una vez que lo hayamos conocido, es imposible reemlazarlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario